La jornada empieza temprano, a las 7.00 horas. Hay tiempo para el aseo personal, para hacer la cama y dejar ordenada la habitación antes de bajar a tomar el desayuno e ir a clase. Como en cualquier casa… Pero con 24 ‘hijos’, porque, asegura Pepe Lázaro, director del internado-residencia del Colegio Nuestra Señora del Pilar (Escolapios) de la capital soriana, son como si fueran sus propios vástagos. Aunque también ejerce de hermano mayor, de amigo…
Escolapios es el único centro educativo de la capital soriana que ofrece residencia para sus alumnos, un servicio que nada tiene que ver con los oscuros retratos de Jane Eyre o las novelas de Charles Dickens. De hecho, cuando Pepe Lázaro comenzó a hacerse cargo de este servicio hace 15 años su objetivo fue precisamente modernizar la imagen y el funcionamiento del internado adaptándolo a «una residencia de chavales jóvenes» principalmente con el objetivo de mejorar su rendimiento académico, así como su autonomía personal. «Vienen de una manera y se van de otra» muy distinta, a mejor, señala Lázaro.
El primer paso y, en realidad, la base de todo este programa de crecimiento personal: el cumplimiento estricto de un horario que, tras las clases que se imparten por la mañana, especifica tanto las horas que los internos deben dedicar al estudio como las reservadas para el ocio por la tarde. La gestión del tiempo, asegura Lázaro, es la clave. De hecho, todos los internos inician su estancia en el centro con un horario que incluye tres horas y media dedicadas al estudio y otra hora y media como recreo en el que pueden realizar actividades extraescolares fuera del recinto.
«Se les intenta inculcar un hábito, unas normas, unos horarios», explica el director del internado. Pero, en función de su esfuerzo y compromiso en la mejora de su rendimiento escolar y también su responsabilidad y madurez a nivel personal, se van individualizando y adaptándose a las necesidades. «Al principio les marco un horario general y luego lo voy modificando. Si van bien en los estudios y me dicen: «Me voy a entrenar y vuelvo en dos horas, no hay ningún problema»», explica Lázaro. La compatibilidad de las clases con el entrenamiento deportivo en los equipos de la ciudad o con la asistencia al Conservatorio Profesional de Música Oreste Camarca es uno de los motivos que llevan a las familias a elegir este centro educativo y su servicio de residencia. Otras veces, especialmente las que viven en el medio rural, lo que decanta la elección es que los chavales no tengan que desplazarse diariamente para trasladarse al colegio o instituto. Aquí, las clases están en el mismo edificio. Sólo tienen que bajar las escaleras para llegar a ellas desde sus habitaciones.
de soria y de fuera. De los 24 alumnos que actualmente forman parte de la residencia-internado de Escolapios, el 45% son oriundos de pueblos de la provincia (Langa de Duero, San Leonardo de Yagüe, Medinaceli, Duruelo de la Sierra, Ólvega, Ágreda, Covaleda y Monteagudo de las Vicarías). El resto procede de provincias fuera de Soria (Navarra, Burgos, Zaragoza, Teruel, Logroño y Vitoria).
Aunque, mantiene el director de la residencia, lo que anima a las familias a elegir esta modalidad de internado en otros casos es «la enseñanza de mucha calidad» que se ofrece a los alumnos. En otros, sin embargo, también reciben estudiantes que llegan en circunstancias especiales y complicadas: «Problemas de bullying, complicaciones familiares» o de rendimiento educativo, detalla Lázaro.
En estos casos, uno de los objetivos fundamentales es devolver a los jóvenes estudiantes «la confianza que han perdido», un recorrido personal que, apunta el responsable del internado con orgullo, concluye en muchos casos con éxito y por encima de las expectativas iniciales, aunque a veces vengan precedidas de algunas lágrimas, como en el caso de David Cristóbal, de Ateca (Zaragoza). Todavía recuerda el día en el que llegó al internado. Justo ese día era el último de las fiestas de su localidad natal. «Le dije a mi padre que no se lo perdonaría nunca», comenta entre risas. Hoy está encantado. A pesar del disgusto inicial, no le costó nada adaptarse, sobre todo porque entre sus compañeros de internado se encontraba Natalia Gordo, de Monteagudo de las Vicarías, con la que ya había coincidido en el instituto de Ateca. Ella llegó al internado un curso antes, en segundo de ESO. «No conocía a nadie, pero la gente te ayuda un montón», señala Natalia. «Aquí somos como una familia», agrega David. Y tanto, señala Pepe Lázaro, porque los alumnos más mayores cuidan y están muy pendientes de cualquier problema que puedan tener sus compañeros más pequeños (los más jóvenes cursan primer curso de ESO). «Me ayudan mucho», afirma el director de la residencia.
Unas reglas de cohabitación muy normales «como se tienen en cualquier casa», añade Lázaro, facilitan el día a día. Se puede escuchar música en los momentos de ocio y descanso, pero siempre con cascos para no molestar al resto. A las 23.00 horas se debe guardar silencio absoluto. A las 00.00 horas deben apagarse las luces.
Crear un grupo homogéneo de residentes para que no puedan surgir problemas de convivencia es una de las preocupaciones del centro. De ahí que no se acepten sin más todas las solicitudes de admisión que llegan. A todos los aspirantes se les realiza una entrevista personal en la que se determina si encajan en la residencia y con el resto de compañeros. El resultado son «amistades para toda la vida», asegura David. Lo certifica Irene Corcuera que ahora tiene 20 años, pero que estudió interna en Escolapios de los 12 a los 18. «No puedo contabilizar la cantidad de cosas que yo me llevo de allí», explica esta burgalesa. «El hecho de convivir cinco días a la semana [con los compañeros], comer con ellos, estudiar con ellos, te enseña muchas cosas sobre lo que es el respeto al otro». Se forjan «relaciones de amistad muy intensas, bonitas y que perduran», añade.
En el fondo, señala, constituyen una gran familia y disfrutan de muy buenos momentos especialmente viendo todos juntos retransmisiones de competiciones deportivas. El fútbol, comentan entre risas Natalia y David, levanta pasiones entre los internos.
Tras las clases de la mañana, a las 14.30 horas, llega la hora de la comida que disfrutan todos juntos en las mesas del comedor que tienen reservadas expresamente para ellos. Después, tras un recreo, a las 16.00 horas comienza la primera franja horaria dedicada al estudio. La comunicación de Pepe Lázaro con los profesores es fluida. El objetivo es mejorar el rendimiento y estimular a aquellos alumnos que necesitan apoyo. «Puede que hayan estudiado y que hayan sacado un tres. No importa si sé que han estudiado. Siempre les digo que no se preocupen, que si siguen esforzándose y analizamos en qué han fallado, acabarán mejorando. Intentamos que en los exámenes ellos lleven su ritmo. Es una carrera de fondo», insiste el director de la residencia. De hecho, comenta con evidente orgullo, hay casos de estudiantes que llegaron al internado pensando sólo en aprobar la ESO y este año están sacando un segundo curso de Bachillerato «espectacular». «Aquí vienes para tener un hábito de estudio», insiste David. «A mí me hizo adquirir una disciplina que sigue a día de hoy», añade Irene Corcuera.
Pero también hay espacio por la tarde para las extraescolares o, incluso, para sacarse el carné de conducir, como Natalia, que hace escasas semanas aprobó el examen.
Otra de las máximas del internado es que los alumnos aprendan a valerse por sí mismos, «que se saquen las castañas del fuego», apunta Lázaro. Aunque, ante cualquier problema, ahí está él. Para ellos es un referente. «Ante cualquier problema intento que no derive en casa. Intento quitarle un poco de importancia. Ellos saben que intercedo mucho por ellos», comenta. Él mismo les acompaña al médico si es preciso y a todas las gestiones que necesiten, aunque se intenta que aprendan a manejarse de forma individual. «Lo que les digo a los padres: si no te llamo significa que todo está bien y que no hay ningún problema», apunta con sentido del humor.
Vivir y estudiar en el mismo edificio no resulta agobiante, asegura Natalia. Al contrario. Aunque también se echa de menos a la famillia, asegura. Es normal, «pero te acostumbras», añade. Aunque la sensación, insiste, es que también los compañeros de internado acaban formando un poco de ella. También Pepe y todos los trabajadores que se encargan de su cuidado y educación. La prueba, insiste el director de la residencia, es que, una vez que han concluido su formación en el instituto y su estancia en la residencia, son muchos los que le siguen llamando y, de vez en cuando, se pasan a saludarle. «Se crean con ellos unos vínculos», certifica. «Es como tener 20 hijos», concluye con sentido del humor (y evidente cariño por todos ellos).
Comentarios recientes